viernes, 3 de julio de 2015

Personaje sin historia

Aquella hoja en blanco no logró amedrentar a la escritora. No tenía ninguna historia que contar, es cierto, pero a falta de un argumento, decidió ponerse a crear un personaje.
La chica que describió en aquella cuartilla inmaculada no era ninguna heroína. No había nada en ella que la elevara a la categoría de santa, pero tampoco había cometido ninguna falta suficientemente grande como para condenarla al olvido. No describió tampoco a la muchacha risueña típica de los cuentos o las novelas románticas, del mismo modo que no se trataba de un alma en pena cuyo destino era habitar las páginas de una novela gótica. No. Describió una joven alma que sufría por dentro a intervalos más o menos irregulares, alternados con momentos de relativa felicidad y lucidez; una muchacha que procuraba fingir ser feliz y estar muy segura de sí misma. Una chica que no había pasado por grandes desdichas ni había vivido grandes aventuras. Una joven mujer cuyo corazón, a pesar de todo, albergaba dudas que la oprimían y que atesoraba penas que no se atrevía a expresar por miedo a parecer banal e inmadura. Un corazón que escondía algunas cicatrices que sólo algunos de sus más allegados pudieron entrever en alguna ocasión.
La protagonista de aquella historia informe era aquella chica a quien cierto desengaño la consumía por dentro. Trataba de no pensar en ello, pero una misma pregunta se materializaba continuamente en su mente: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? La escritora escribió sobre una muchacha que apenas llegaba a las dos décadas de edad, sobre una muchacha demasiado sensible e imaginativa para la época que le había tocado vivir, y cuya paciencia se había visto puesta a prueba en aquellas circunstancias que, aunque algunos se empeñaban en considerarlo poco menos que una tontería, a ella le había afectado más de lo que se atrevía a reconocer. Un personaje cuyo orgullo le impedía hacer preguntas directas que, si la hubiera formulado sin reparos, a lo mejor la hubieran librado de aquel estado de angustia e incomprensión, so pena de perder lo poco que le quedaba de aquello a lo que llamaba "dignidad".
La mano de la autora siguió garabateando furiosamente el papel en un arranque de determinación, dispuesta a dejarse la piel en aquel personaje sin historia. Aquel personaje que, durante las últimas tres semanas, había estado obsesionado en aquel incidente, para muchos insignificante, que al principio a ella le sentó tan mal, aquello que le supo casi a traición. La chica sabía que estaba siendo un tanto melodramática al expresarse en aquellos términos, pero en sus entrañas había sentido el amargo sabor de aquella puñalada invisible de algo parecido al desengaño, y se sentía dolida y decepcionada con aquella persona que, de la noche a la mañana, dejó de hablarle sin ningún motivo, negándole su palabra y castigándola con su silencio la misma tarde antes de la velada que con tanta ilusión había esperado, sin una palabra que justificara su conducta. Un par de días le duró el enojo; después el enfado pasó, pero el desencanto no la abandonó. Durante aquellas tres semanas estuvo esperando una justificación, una disculpa, una palabra; algo que rompiera aquel silencio de hielo y le diera una razón o, cuanto menos, una excusa mínimamente creíble para su comportamiento. De nada sirvió la espera. A cada día que pasaba, la protagonista sentía cómo iba muriendo algo dentro de sí, algo que alguna vez pudo tener el nombre de amistad e, incluso, el de cariño.
La escritora no cesó en su empeño de plasmar en el blanco papel los sentimientos y la frustración de su protagonista; sabía que nada de lo que le había pasado a su personaje parecía tener sentido. Sabía que, de decirlo en voz alta, de hacer conocer a la gente sus preocupaciones, ésta se reiría de la chica que se iba desarrollando palabra tras palabra, línea tras línea tanto en la imaginación como en la hoja de la escritora. Sabía que la literatura, cínica como siempre, permitiría a los lectores regocijarse y disfrutar de una historia aparentemente inverosímil y hueca, leyendo y, tal vez, comprendiendo los sentimientos que los términos que consideraba más acertados podían describir, pero que en realidad no iban a ver todo el sufrimiento que había tras cada cuartilla, todo el sentimiento que contenía cada palabra. Todo aquello, toda la verdad que el relato pudiera contener, quedaría escondido tras una retahíla de palabras bien estudiadas cuyo objetivo no era otro que el de engañar al lector para que pensara lo que ella quisiera, sin descubrir toda la certeza que podía encerrar un relato. Porque la literatura no es más que eso: el cinismo en su estado más puro, el arte de despojar las historias más humanas de toda humanidad real que puedan contener, para goce y disfrute de una humanidad decadente que busca en los libros algo más que el conocimiento: busca ver la vida desde fuera, sin atreverse a existir en esa realidad paralela a la que sólo le es permitido observar y que nos asegura una huida de este mundo inhóspito.
La escritora sabía que, plasmando al personaje en el papel, le concedía ese estatus ilusorio, que lo resguardaba de la incomprensión y lo elevaba a aquel estrado reservado a los protagonistas de la historias, los pocos afortunados cuyas vidas no se juzgan a la ligera y, como mucho, son calificadas de ser "algo forzadas" o "artificiosas", pero que muy poca gente mínimamente cultivada se atreve a tratar y a analizar sin aquel ápice de misericordia o compasión dictaminada, en cada caso concreto, por el autor.
Durante dos horas más, la escritora estuvo trabajando aquel personaje. Durante dos horas, la muchacha que había descrito acabó de tomar forma, siendo el eje principal de su vida actual aquella preocupación y aquellas dudas que la corroían por dentro.
Tras aquel corto período de tiempo, nuestra autora levantó la vista y vio delante de sí a la persona a la que estaba describiendo y a quien no se atrevía a conceder ninguna historia que protagonizar. Suspiró, mirándola con aquellos ojos cansados y propensos a las lágrimas silenciosas, y tras dedicar una sonrisa triste al espejo que tenía delante, volvió a bajar la cabeza y acabó de perfilar al personaje, deseando que nunca nadie se diera cuenta de que los sentimientos y las preocupaciones del mismo no eran otras que las suyas propias.

jueves, 19 de febrero de 2015

Amor fraternal- Parte III (Final)

Claudia se paseaba nerviosa por su habitación. No sabía qué hacer. A cada minuto que pasaba, su desasosiego iba creciendo. Todo se estaba desmoronando.
Tenía que encontrar la forma de encontrar a Charles. Pero el Capitán, por lo visto, no se lo iba a poner nada fácil. Pero no iba a amedrentarla tan fácilmente. Ella nunca se daba por vencida.
Con enorme determinación, decidió bajar al comedor para el almuerzo, como de costumbre. Seguiría como siempre, como si no supiera que Jefferson era un traidor, y luego, por la tarde, aprovechando que aquel día el Capitán tenía que ir a la capital por no sabía qué asunto, se colaría en su despacho e intentaría encontrar el porqué de todo aquello.
Al llegar al gran comedor, el Capitán la recibió con una sonrisa cortés. Ella se la devolvió, pero en su interior despreciaba a aquel hombre que prometió ayudarla pero la perjudicaba a sus espaldas. Comieron en silencio, apenas con algún comentario inocente y forzado sobre el tiempo o la calidad de la comida, y acto seguido, el caballero, alegando que tenía prisa por llegar a la ciudad, se marchó apresuradamente a los establos. 
Tan pronto como le perdió de vista, Claudia e dirigió a la gran puerta del estudio. Atisbó por una rendija y, asegurándose de que no había nadie dentro y de que nadie la viese, se introdujo en la habitación. Oyendo los latidos de su corazón en sus oídos y procurando dominar sus nervios, empezó a buscar entre los papeles del capitán. Registró los cajones, los armarios, todo lo que encontró, pero en ningún lugar había nada que le indicara sus intenciones o el paradero de su hermano.
-Claudia.
La sorpresa la dejó paralizada. Se giró, atónita.
-Charlie...
Claudia sonrió y abrió los brazos con intención de abrazar a su hermano. Sin embargo, él no se inmutó y se quedó mirándola gravemente.
-Claudia... ¿por qué lo hiciste?
El rostro de ella se endureció, y en sus ojos apareció hielo. Aguantó la mirada de su hermano, pero no dijo nada. Él se acercó un poco a ella.
-¿Por qué la mataste? ¿Fue por Andrew?
Una sonrisa sarcástica apareció en el rostro de su hermana.
-¿Cómo lo has descubierto?
-Hablé con él en España antes de que mandaras matarlo. De hecho, me dejó una nota insinuando que hubo algo raro en la muerte de mamá antes de marcharse de Inglaterra... O antes de huir de ti, como prefieras llamarlo.
Claudia levantó una ceja, desafiante.
-¿Y qué? ¿Ya lo has descubierto todo?
Charles dio un paso al frente, mientras hablaba gravemente.
-Creo que sí... Recibí la nota de Andrew y me alisté en la Armada para seguirle la pista. Le encontré en España, pero antes de que pudiera contarme demasiado, alguien le asesinó... Aproveché mis viajes por mar para perseguirlo, y al fin conseguí dar con él. Cómo y cuándo, no importa. El caso es que lo confesó todo. Cómo la mataste, cómo le pagaste para que matara después a tu amante... No quise creerle. Pero todo encajaba... Claudia... por favor... dime que no es verdad. Dime que no mataste a nuestra madre.
-Tuve que hacerlo...-replicó ella, con chispas en los ojos- Yo estaba enamorada de Andrew, quería huir con él, pero ella no lo consentía.
-Y tras saber lo que hiciste, él te abandonó...
La ira brilló en los ojos de la muchacha.
-¡Sí! ¡Me abandonó! ¡Se acobardó y me dejó plantada! Pero yo tenía recursos... yo conocía a gente que estaba dispuesta a hacer lo que fuera por mí... Gente que estaba dispuesta a matar, incluso...
Su hermano la miró con dureza y compasión a la vez.
-Hermanita... Estás enferma. No puedo creer que seas capaz de tamaña maldad. Ven, encontraremos la manera de solucionarlo.
Sin embargo, el rostro de Claudia había mudado su dulzura en hielo. Su puño se cerró sobre un afilado abrecartas que había en el escritorio del Capitán y se abalanzó sobre Charles, asegurando que no iba a permitir que todo aquello se supiera. Charles la miró con tristeza, pero no opuso resistencia.
Sin embargo, alguien lo hizo por él. El Capitán Jefferson, que estaba enterado de todo, a diferencia de John, que sólo conocía el regreso del hermano, había vuelto inesperadamente hacía poco, y al oír lo que estaba pasando en el estudio, se agazapó tras la puerta. Y al ver que la vida de su amigo corría peligro, no dudó un solo instante en interponerse entre él y el arma de su hermana. Forcejeó; pese a ser más fuerte que la chica, la violencia y la furia de Claudia eran difíciles de dominar. Cayó sobre ella, y ella cayó a su vez sobre la chimenea. El golpe que se dio contra la repisa abrió un boquete en su cabeza que tiñó de rojo la alfombra.
Todo había pasado en apenas unos segundos. El Capitán Jefferson se levantó del suelo con la respiración entrecortada, mientras Charles observaba pálido y con los ojos desorbitados el cuerpo inerte de su hermana. Balbució algunas palabras, las piernas le temblaban. El Capitán se percató de ello y se apresuró en sacarlo de la habitación. Nada más salir por la puerta, ambos se dejaron caer en el suelo, extenuados cada cual a su manera.
-Ha muerto...- tartamudeó Charlie.
-Se ha acabado... Todo ha terminado.
-Creía que a mí no intentaría hacerme daño- dijo, haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas.
-Charles... tu hermana era una psicópata... No podías hacer nada para cambiar eso. Lamento mucho tu pérdida, ojalá no la hubiera matado, pero tienes que comprender que no podía dejar que te hiciera daño también a ti...
Él sonrió tristemente; comprendía lo que su amigo le estaba diciendo. Le dio una palmada en la espalda, se levantó y le hizo prometer que nadie tenía que saberlo. Jefferson aceptó gustoso, y se ofreció a ayudar en los preparativos para las honras fúnebres.
Charles entró por última vez en la habitación donde yacía ella y la contempló, fría y sin vida, rodeada por un charco de sangre.
-Llegó a odiarte, Charles...-comentó el capitán- Pero no fue culpa suya. Alguna enfermedad profunda debió apoderarse de ella...
Charles forzó de nuevo una sonrisa, y con una voz cargada de tristeza, sólo pudo añadir:
-Lo sé... Lo triste es que, a pesar de todo, yo la quería...
Y volviendo lentamente la espalda, cerró tras de sí la puerta, mientras una sola lágrima resbalaba melancólicamente por su mejilla.


FIN

lunes, 3 de noviembre de 2014

Amor fraternal - Parte II

El Capitán Jefferson era un hombre de unos treinta años, alto, fornido y, aunque no era demasiado agraciado, el porte elegante de su persona solía ser suficiente para suplir aquella carencia. Al menos, ésta es la impresión que dio a Claudia cuando llegó a Brighton y le vio esperándola a la puerta de su casa.
Aunque a Claudia le había costado un poco convencer a su padre, finalmente había conseguido que el anciano cediera, no sin antes asegurarle enésimas veces que no le pasaría nada.
El trayecto en el carruaje fue monótono, pero como la cabeza de la muchacha estaba llena de pensamientos esperanzados y, a la par que éstos, preocupaciones, el viaje no se le hizo largo. Cuando al fin llegó a su destino, el Capitán Jefferson la esperaba a la puerta de su casa. En cuanto el coche hubo parado, se acercó galantemente a la joven y le ofreció su brazo, y tras mandar a los criados que se hicieran cargo del equipaje, la invitó a entrar.
Claudia se sentía un tanto extraña y, por qué no decirlo, amedrentada; sin embargo, hizo lo posible por ocultar estos sentimientos y respondió con una cortesía y una educación exquisitas a todas las atenciones que le prestaron. Siguió sin rechistar al ama de llaves, una mujer de unos sesenta años que, como muchas damas de su edad, gustaba enormemente de hablar, y que no desaprovechó aquella ocasión para mostrarle a su joven huésped todos los rincones de la casa y contarle todas las historias y anécdotas familiares que se escondían tras cada objeto con el que se tropezaban.
Para no molestar a la dama, Claudia fingía interesarse por todo aquello, pero lo que ella en verdad quería era poder hablar con el Capitán Jefferson de Charles, y la exagerada elocuencia de aquella buena mujer comenzaba a hastiarla. Por suerte para ella el mismísimo capitán en persona vino a rescatarla de aquel huracán de anécdotas familiares.
-Miss Carlston, la señorita debe estar cansada del viaje; condúzcala a su habitación de inmediato- dijo. Y añadió, mirando a Claudia de reojo con una sonrisa pícara- Estoy seguro que a la señorita no le importará seguir escuchando su interesantísimo relato en otro momento.
Claudia le dirigió una sonrisa de agradecimiento y siguió a Miss Carlston hasta sus aposentos, donde, dado que, efectivamente, el cansancio del viaje ya había empezado a hacer mella en ella, pudo descansar a gusto.
***
-Así que- dijo el Capitán tras un silencio- está usted aquí por su hermano.
La joven asintió. Durante toda la cena había tenido ganas de sacar el tema, pero no sabía como hacerlo. Gracias a Dios, el Capitán Jefferson lo hizo por ella.
-Por favor- suplicó-, dígame qué sabe de Charles... ¿Qué está pasando?
Su noble anfitrión guardó silencio por unos segundos. No obstante, al cano de este breve lapso de tiempo, empezó a contarle lo poco que -dijo- que sabía. 
Charles se había alistado en la marina por una sospecha sobre la muerte de su madre, y había descubierto algo que le había preocupado sobremanera. Hasta aquí, nada nuevo. Sin embargo, el Capitan pudo ser más detallado que John en su explicación. 
Su hermano había recibido una nota de alguien insinuándole que su madre había sido envenenada. En la nota, el informante anónimo decía no poder dar más información, pues, de dejar lo que sabía por escrito, su vida quedaría expuesta. Aun así, le invitaba a encontrarse con él en España, donde había huido con tal de salvar su vida. Por eso Charles se alistó a la Marina.
Sin embargo, cuando pudo desembarcar a España y reunirse con el misterioso Anónimo, alguien le asesinó antes de que pudiera contarle lo que había pasado y, lo más importante, quién era el asesino. Desde entonces, Charles se había dedicado a buscar al asesino de este hombre para sonsacarle información. Estaba seguro de que tenía algo que ver con todo ello.
Lo último que había sabido el Capitán Jefferson del hermano de Claudia era que continuaba en alta mar, pero al referirle ella la carta que había recibido de él, su rostro se contrajo en una mueca de preocupación. Aseguró no saber nada más, pero le prometió a la muchacha avisarla tan pronto como tuviera noticias. Por el momento, nada más podía hacer.
Claudia quedó un tanto decepcionada. Había esperado que el Capitán la pudiera poner en contacto con su hermano enseguida, pero ahora resultaba que el Jefferson no sabía nada de él. La preocupación, la angustia y el malestar no la dejaron pegar ojo en toda la noche, y a eso de las dos de la madrugada, desistiendo ya del esfuerzo por quedarse dormida, decidió salir al jardín para serenarse un poco.
Se vistió con presteza y bajó sigilosamente las escaleras, atravesó el pasillo y llegó al vestíbulo. Ya se disponía a salir cuando vio que por la rendija de la puerta del estudio del Capitán se veía una luz. Aguzó el oído y oyó cómo el Capitán Jefferson susurraba. Debía haber alguien más, pues se percibía un leve murmullo, pero ella fue incapaz de distinguir la voz de su interlocutor. Se acercó un poco a la puerta, movida por la curiosidad. Sabía que aquello no era correcto; sin embargo, sentía que debía hacerlo. Dado que la puerta de la habitación era de madera pesada, siguió sin poder oír la voz del misterioso visitante, pues hablaba extremadamente bajo. Sin embargo, sí pudo oír al Capitán. Y lo que oyó la dejó paralizada.
-Ahora ella está aquí, en mi casa- decía-.¿Qué debo hacer para alejarla de Charles?
Claudia se estremeció. No podía creer lo que estaba oyendo. Había confiado en él, había viajado hasta allí para que la ayudara a encontrar a su hermano, y ahora resultaba que había sido en vano... ¿Qué estaba pasando? ¿Qué es lo que tramaba el Capitán? ¿Qué significaba todo aquello?
Una mano negra oprimió el corazón de la joven, llenándola de angustia y desesperación, al tiempo que las últimas palabras del Capitán Jefferson resonaban en su cabeza:
-Haré lo que esté en mi mano para evitar que se encuentre con su hermano.

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Aquí acaba la segunda parte. Si queréis saber como continúa esta historia, votad en la encuesta que tenéis a la derecha qué es lo que debería hacer Claudia en las actuales circunstancias o bien dejad vuestra opinión en los comentarios. Tenéis dos semanas para votar; al cabo de éstas, empezaré a escribir la continuación.
Espero de corazón que disfrutéis con esta historia y aprovecho para disculparme por la tardanza en subir la segunda parte. Procuraré que no vuelva a ocurrir.
Deseo con toda mi alma que os guste y os invito a suscribiros a este blog.
¡Hasta pronto, Anacrónicos!

domingo, 28 de septiembre de 2014

Amor fraternal - Parte I

Cuando amaneció aquel diez de febrero de 1827, Claudia llevaba ya dos horas despierta. Sentada en su comodíssima cama en aquel antiguo casal inglés, aguardaba con impaciencia la llamada para bajar a desayunar que tendría que dar inicio al que, seguramente, iba a ser un gran día. Al fin llegó el aviso esperado, y Claudia, fingiendo estar más tranquila de lo que en realidad se sentía, bajó al comedor.
-Buenos días, Claudia.
Ella correspondió al saludo de su padre con un tierno beso en la mejilla y se sentó en la mesa. Desayunaron como cada día, tranquila y cordialmente, sin mucha conversación por parte de ninguno de lo dos. Al acabar, su padre se fue a su despacho y, siguiendo su impecable rutina, abrió el periódico del día para enterarse de lo que sucedía en el mundo.
En cuanto Claudia se quedó a solas, corrió hacia la entrada de la casa buscando a Jim, el mayordomo, para preguntarle, ansiosamente, si había llegado alguna carta para ella. Tenía que llegar hoy; lo presentía. Jim, algo estupefacto por la fuerza, la vivacidad y el ansia con que la muchacha sujetó su brazo con sus pequeñas manos de porcelana, asintió y le entregó una pequeña misiva lacrada, en la que se leía el nombre de Claudia Peters escrito con una caligrafía impoluta. Exultante, la chica dio las gracias al confuso sirviente con un abrazo algo impulsivo y subió a su alcoba, mientras el pobre mayordomo intentaba reponerse de la sorpresa en el amplio vestíbulo de la casa.
Antes de abrir el sobre, Claudia ya conocía su contenido. Charles había vuelto y la avisaba de su dirección actual. En su última carta, le había prometido que cuando volviera a Londres el diez de febrero, lo primero que haría sería avisarla de su dirección, para que, junto a su padre, fueran a visitarlo. Claudia se moría de ganas; hacía ya dos años que no le veía.
Abrió la carta y se sentó en su diván para leerla. Sus ojos se posaron en las primeras palabras con una sonrisa esperanzada, pero dicha sonrisa se tornó en una mueca de preocupación en cuestión de segundos.

"Querida Claudia: 
Ya he llegado a la ciudad; desembarqué ayer en Brighton y esta mañana he llegado a Londres. Sin embargo, no puedo decirte mi paradero exacto; no me atrevo. Siento decirte que hoy no podremos vernos, tal como tú querías... Ha ocurrido algo que me obliga a huir de cierta persona, y lo primero que hará para descubrir dónde estoy es acudir a ti. No puedo darte más detalles; no quiero poner tu vida en peligro.
Sin embargo, no desesperes. Te prometo que pronto podremos vernos. En breve te daré instrucciones sobre dónde encontrarme; mientras tanto, no digas a nadie que has tenido noticias mías. Ni siquiera a nuestro padre. No quiero que sufra más de lo que ya ha sufrido.
Quema esta carta. Que no quede constancia de que he contactado contigo. Después haz vida normal, como si no hubiera pasado nada y yo estuviera aún en alta mar. No te preocupes por mí, me las arreglaré. Nos veremos muy pronto, te lo prometo.
Tu hermano que te quiere,
Charles"


La carta resbaló de entre las manos de Claudia, al mismo tiempo que una lágrima resbalaba de su mejilla. No podía ser. Llevaba dos años esperando volver a ver a su hermano y ahora... ¿En qué se habría metido Charles? ¿Qué estaba pasando?
Sobreponiéndose al disgusto, la muchacha recogió la misiva del suelo y la releyó. Memorizó todas y cada una de sus palabras, y echó el papel a la chimenea. Empezó a caminar nerviosamente de un lado a otro de la habitación, preguntándose qué debía hacer. Querría consultar a su padre, pero el bueno de Charlie tenía razón. No convenía preocuparle demasiado. Desde que su esposa, la madre de Claudia y Charles, había muerto misteriosamente hacía dos años, el anciano Mr. Peters no había vuelto a ser el mismo. Su ánimo decayó y, con éste, su salud. No le convenía saber que su hijo, que junto a su hermana Claudia había estado preparando su regreso con mucha ilusión para darle una sorpresa a su buen padre, se había metido en problemas. 
El caso es que Claudia deseaba ayudar a Charles. No quería quedarse de brazos cruzados mientras él, tal como insinuaba, corría peligro. Así pues, fue al encuentro de Jim, el mayordomo, para preguntarle quién había traído la carta.
-Fue el joven John, señorita- respondió el buen hombre-. El ayudante del herrero.
Ella le dio cortésmente las gracias, y se dirigió a la herreria para ver a John. Éste era un muchacho no mucho mayor que ella; quizá tendría veintiún años, era alto y bien parecido, pero su educación era bastante deficiente. Aun así, de pequeño había sido el compañero de juegos de Charles y Claudia, y ambos le tenían en gran estima. 
Cuando llegó a la herrería, John estaba sentado en el suelo, al lado de la puerta, fumando. Claudia se acercó a él y le preguntó quién le había entregado la nota de su hermano. Sin embargo, John no respondió; se limitó a mirarla y a echar un trago de la botella de vino que tenía al lado. Claudia se impacientó.
-Por favor, John.
-Me la dio Charlie, ¿vale?- respondió él, un tanto hosco.
-¿Dónde está?
De nuevo, John guardó silencio. Bajó la vista para evitar aquella mirada suplicante de aquellos ojos azules, y no dijo nada. Ella se estaba poniendo cada vez más nerviosa, y John se daba cuenta.
-Me ha hecho prometer que no te dijera nada- dijo al fin.
-Sabes que algo está pasando- repuso la muchacha-. Sabes que está en peligro; no puedes permitir que le pase nada. Por favor, dime qué está pasando.
John titubeó. Su amigo Charles estaba en peligro, y si había alguien que le conociera bien y pudiera ayudarle, esta persona era, sin duda, su hermana. Pero le había prometido que guardaría el secreto. Al fin, sin embargo, decidió contarle lo que sabía a Claudia, que no era mucho. Charles no se había alistado a la marina porque quisiera ser soldado. Cuando murió su madre hacía dos años, alguien le había mandado una nota diciendo que conocía el porqué de su muerte, y si él quería saberlo, tenía que alistarse. No se lo había contado a nadie, salvo a John. Sin embargo, en los dos años que estuvo investigando, descubrió algo... Algo que podía poner sus vidas en peligro. Por eso se decidió a volver. Quería contárselo a Claudia, ponerla al corriente antes de que le hicieran daño. Pero aunque intentó ser cauteloso en su búsqueda, alguien le siguió el rastro y llegó casi al mismo tiempo que él a Brighton. Por eso tenía que esconderse.
Claudia no lo comprendía. ¿Tan importante era aquello que su hermano tenía que decirle? ¿Tanto como para que alguien se asustara e intentara matarlo? ¿Que la pusiera a ella en peligro? Todo aquello le estaba empezando a parecer una broma de mal gusto; era absolutamente descabellado. ¿Y que tenía todo aquello que ver con la muerte de su madre? Mrs. Peters murió de un ataque al corazón; al menos, eso decía todo el mundo.
John la miró fijamente a los ojos.
-Claudia-dijo-. Tu madre fue asesinada. Y Charles sabe quién es el asesino.
A la muchacha se le revolvieron las tripas y le flaquearon las piernas. No podía ser. No podía creérselo... O sí. De hecho, eso tendría más sentido. Su madre era una mujer sana y fuerte; lo increíble era que hubiera muerto de un infarto... Pero ¿matarla? ¿Quién querría hacerlo? ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella?
Todas esas preguntas avivaron la urgencia de ver a su hermano. Tenía tantas cosas que preguntarle... Tantas cosas que aclarar... Se dirigió de nuevo a John, y esta vez le exigió que le dijera dónde estaba.
-¿Qué piensas hacer cuando te lo diga?-replicó.
-Ir a buscarle sin perder un momento.
-No puedes hacerlo.
-¿Cómo que no puedo? ¿Quién va a impedírmelo? ¿Tú?
-Si vas a su encuentro, lo más probable es que alguien te siga y os mate a los dos. Tú no sabes a lo que estás jugando. En todo esto hay mucho más en juego de lo que crees.
Claudia le miró, intrigada. Por toda respuesta, él encendió otro cigarrillo.
-John-susurró Claudia-. Necesito ver a Charlie. Y si no puedes llevarme hasta su escondite, por favor, llévale hasta mí.
-Es peligroso, Claudia.
-Por favor...
John la miró, dubitativo. No sabía que hacer. Si contaba a Charlie que se lo había contado todo a su hermana, perdería su confianza, él se escondería en otro sitio y ya no habría manera de protegerle... Por otra parte, no podía dejar que Claudia fuera a su encuentro. Era demasiado peligroso.
-Hay otra opción-empezó-... Aunque no me convence demasiado. Podría acompañarte yo a un sitio al cual sé seguro que va a ir, pero es peligroso... Allí os podríais ver y hablar, pero no puedes decir nada a nadie. Tendrás que inventarte una excusa para ausentarte de casa durante unos días, y no decir a nadie adónde vas...
Claudia asintió, no demasiado convencida.
-O eso, o...-en este punto, John se interrumpió.
-¿O...?
-O te vas a Brighton. Allí hay alguien de confianza que podrá protegerte bien. No te podrá poner en contacto con Charlie enseguida, pero es más seguro. A mí me tienen vigilado, así que ir nosotros dos al encuentro de tu hermano no es lo más seguro. Y en Brighton, bueno; estarás mejor atendida. El Capitán Jefferson es un amigo de confianza de Charles; está enterado de todo el asunto y le ha sacado de muchos apuros. Es un buen hombre, y aunque no sé hasta qué punto te dejará actuar o verte con tu hermano, sé que hará lo mejor para ambos.
Claudia no dijo nada. No sabía que hacer. John se dio cuenta de sus dudas, así que, para no presionarla demasiado, le dijo:
-Piénsalo. Puedes quedarte en casa, sin hacer nada, y esperar a que Charles contacte contigo, como te ha dicho; puedes venir conmigo para verle o puedes ir a Brighton. Mañana me dices qué has decidido.

Aquella noche, Claudia no se durmió hasta muy tarde. No estaba segura sobre qué debía hacer... ¿Iba a ir con John adónde la llevara? ¿Iba a ir a Brighton, con el tal Capitán Jefferson? ¿O se iba a quedar a casa, esperando la llegada de Charlie? ¿Qué era lo más sensato? 
Mientras todos estos pensamientos llenaban su juvenil cabeza a las tres de la madrugada, sus párpados empezaron a pesarle, y al fin se cerraron sobre sus ojos, envolviéndola en un sueño agitado cuyas pesadillas giraban siempre alrededor de Charles.

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Ahora es vuestro turno, Anacrónicos. ¿Qué decisión debe tomar Claudia? Podéis opinar votando en la encuesta que voy a dejar en la parte derecha de la página, dejando un comentario aquí debajo o en mi Twitter @Mery_bf_96 con el hashtag #ContinuacionHistoria. Tenéis un plazo de entre una y dos semanas; al cabo de éstas, la opción con más votos será la que utilizaré para continuar mi narración. 
Espero que os guste y os invito a todos a suscribiros a este blog.
¡Hasta pronto!

jueves, 21 de agosto de 2014

Novedad

¡Bienvenidas de nuevo, Mentes Anacrónicas!
He decidido renovar un poco este blog. Como podréis apreciar, he cambiado el aspecto del mismo; creo que el nuevo diseño se adapta más a lo que quiero transmitir con mis escritos.
Sin embargo, no sólo he cambiado el diseño. Vengo a contaros un proyecto que me traigo entre manos y que requerirá la participación de vosotros, mis lectores: voy a construir una historia con vuestra ayuda.
Sí. Tal como lo leéis. Os cuento cómo irá la cosa: yo empezaré a escribir una historia acerca de cierto personaje, y al final de esta primera parte dicho personaje deberá tomar una decisión. Ahí es donde entráis vosotros. Vosotros seréis quienes decidiréis por el personaje, y en función a lo que escojáis, yo escribiré una continuación u otra. Intentaré escribir cada semana (como mucho, cada dos), para que tengáis tiempo para votar la continuación que deseáis. ¿Cómo podréis votarlo? Dejaré una encuesta que durará cinco días a partir de la publicación de la entrada, en la que habrá las opciones que puede tomar el personaje. También podréis dejarlo en los comentarios de dicha entrada o en mi Twitter @Mery_bf_96 con el hashtag #ContinuacionHistoria. 
Creo que es una buena manera de daros un papel más participativo en este blog y de darle un poco más de vida. A mí, sinceramente, me hace mucha ilusión este proyecto, y espero que a vosotros también. Y como me gustaría conocer vuestra opinión, os agradecería que dejarais en los comentarios que os parece esta iniciativa y si os gusta la nueva imagen del blog o preferís la antigua.
Espero que participéis en esto con la misma ilusión que yo y que disfrutéis de este mundo de sueños y poesía que estoy intentando crear para vosotros... Os invito a suscribiros a este blog y os mando un fuerte saludo a todos... ¡Hasta pronto!
Maria

jueves, 7 de agosto de 2014

Anhelo de poesía

¡Hola de nuevo, queridas Mentes Anacrónicas!
Sé que hace ya bastante que no publico nada, y me disculpo por ello. Sin embargo, aquí estoy para suplir el fallo.
Quiero contaros un secreto. Algo que guardo en el fondo de mi alma. Quiero hablaros de la poesía que en mí habita.
A menudo, cuando me siento sola, miro a mi alrededor buscando la poesía que habita en este mundo. Sé que se esconde en las más extrañas cosas; sé que lo más inesperado puede contener un verso o dos. El más efímero sentimiento, el trozo de papel que formaba parte de aquella libreta que alguien me regaló, el pétalo de una flor que cayó en mis manos aquel melancólico día, la entrada de cine de aquella sesión que compartí con mis amigas... Todo puede contener poesía. 
Sin embargo, hay días grises en los que, por mucho que busco, no encuentro nada... Ni un verso, ni una rima, ni una anáfora, ni una triste metáfora... Registro a fondo todos los rincones, pero el velo que forman las preocupaciones, los miedos, las peleas, los dolores de cabeza... me tapa los ojos de tal manera que, aunque lo tenga delante mismo de mis pupilas, soy incapaz de verlo. Es en esos momentos en los que una exasperante monotonía, una irritante soledad, un vacío infinito llena mi alma y mis horas. Trato de oler algún verso en el ambiente; trato de vislumbrar alguna poesía en el aire, mas todo es en vano. Parece que la traviesa hada de la inspiración juega al escondite; impone silencio a la lira que en mi corazón habita, evitando así que arranque las notas que preciso para formar mis modestas composiciones... Hasta que, por fin, descubro la manera de disfrutar, por fin, de mi diaria dosis de poesía.
Sin vacilar un solo instante, extirpo de mi alma ese sentimiento de monótona soledad, y sacudiéndola cual alfombra, la voy despedazando poquito a poco para formar, uno a uno, los versos que la componen:

Tristeza en el alma, oscuro es el día;
horas tan largas parecen perecer.
Vacío tan grande, escasa alegría,
enorme silencio difícil de romper.
¡Anhelo de poesía!

Los ojos cegados, mi alma vacía,
íntimo fuego que no logra arder.
Silencio absoluto, callada la lira,
mi mundo cerrado, muy fría mi piel.
¡Anhelo de poesía!

¡Apaga el silencio, ven Musa Divina,
haz en mi alma poesía florecer!
¡Inspira palabras a esta pluma mía
que alegre rasguea el blanco papel!
¡Anhelo de poesía!

Desesperada, la traviesa hada que imponía silencio a la melodiosa lira trata de esconderse en algún otro lugar. Sin embargo, al ver cómo se van librando los versos, su alma de poetisa puede más que su espíritu travieso, y ella misma, con delicadeza, apoya sus manos en las, hasta ahora, lacónicas cuerdas y les arranca las notas que me faltan y que, con gran dulzura, vuelan hasta mi oído y me permiten escribir la poesía que arriba os he mostrado.
Así pues, queridas Mentes Anacrónicas, cuando os sintáis solos y vacíos de poesía, no busquéis donde acostumbráis. Cerrad los ojos y, con presteza, buscad en vuestra alma, pues, ya no sólo vuestros sentimientos, sino vosotros mismos sois una poesía completa. Vosotros, queridos lectores de este blog, sois toda una antología poética que sólo vosotros sois capaces de escribir. 
Sólo vosotros sois capaz de componer vuestros versos...

miércoles, 2 de julio de 2014

Mi libro ya está disponible en formato papel

Queridas Mentes Anacrónicas:

Este post es simplemente para avisaros de que mi libro, "La maleta de mi desván: El Banco de la Muerte y otros cuentos" ya está disponible en formato papel en amazon.es. Podéis adquirirlo aquí: http://www.amazon.es/maleta-desvan-Banco-Muerte-cuentos/dp/1500313211/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1404294829&sr=1-1&keywords=la+maleta+de+mi+desvan

Muchísimas gracias por vuestro apoyo y no os olvidéis de comentar aquí abajo qué os ha parecido.

¡Feliz verano!